Sobre
Crónicas canallas, de Santiago Llach.
por
Pablo Ottonello
Es
fin de año y a Buenos Aires le empieza a crecer el vapor amarillo de los tilos,
las calles se empiezan a embadurnar de esas alfombritas violetas de grela
natural que cae de los árboles, las semillas, los coquitos peludos de los
plátanos, el tufo dulzón a jazmín chino y a basura que rueda por los desniveles
de Palermo, que se atasca en los adoquines calientes por esos calores de
hervidero pre tormenta que empezaron a pegarle a nuestra city ahora que somos
definitivamente un país tropical.
Ayer,
por suerte, el calor fue solo calor humano en ese escondite que es Enjambre, en
medio del Palermo Jizz con sus mesitas frágiles, plegables, con sus platitos en
degradé de sabores y hierbas y esa inquietud de chef loco-por-innovar
que vi apoyados y listos para morfar en las mesitas delicadamente exteriores,
mientras caminaba las cuadras erróneas hasta Acuña de Figueroa,
pasando Gascón, para escuchar a Damián Ríos y a Julieta Mortati presentar el
libro Crónicas Canallas, de Santiago Llach, que editó Blatt
& Ríos.
La
época florece de presentaciones de libros, pero ninguna tan familiar y así de
íntima como la de anoche. Las razones están entre tapa y tapa. El libro de Llach
es un greatest hits de sus viajes al gigante de Arroyito y a canchas inhóspitas
del Nacional B, en un largo viaje en capítulos que hace con sus hijos León y
Benita, con su hermano Lucas y su padre Juan José, el clan Llach, como dice en
el libro, protagonistas forzosos de esta historia de cómo Rosario Central
vuelve a la primera división –“al fútbol grande de la República Argentina”,
como diría Llach, que en su libro parodia la lengua agobiada, seca de repetición,
del periodismo deportivo- pero que es sobre todo un relato de amor, de cómo se
crían hijos, un libro transgeneracional que incluye anécdotas de Santiago con
su padre y su hermano y que intenta el ejercicio difícil, arqueológico, de
encontrar el origen de esa “pasión” por un equipo de fútbol, de elegir colores,
banderas, ídolos y leyendas, como también, en algún momento y por algún azar se
eligen bandas de rock -unas y no otras- pero también propone cómo entender que
eso, esas elecciones, son siempre la misma, dentro o fuera del fútbol, la gran
y única pregunta que parece hacerse Llach en ese largo recorrido por el paño
verde –como dice él- de nuestra Pampa Húmeda y fértil, nuestra patria sojera,
qué somos, qué somos, qué somos y por qué.
Con
prólogo de Juan José Llach, epílogo de León Llach y dibujos de Benita Llach,
Santiago nos cuenta cómo Jesús Méndez merece más ovaciones de las que recibe, cómo
es que unos porteños desvelados se hicieron hinchas de un club con sede a 300
kilómetros de la Capital Federal, como le preguntó Mortati en su rol de
entrevistadora de tevé (una pierna sobre la otra, de coté, como si tuviera años
de set televisivo), y cómo escribir es una manera de curarse a uno mismo.
Como
en El Equilibrio, el libro de ensayos
de Pedro Mairal –presentado en Enjambre unos meses antes también por Llach-
prologado por el padre del autor e ilustrado por su hijo, Crónicas Canallas no puede pensarse fuera de una historia familiar,
de su propio equilibrio futbolero de peripecias ruteras y noches de hotel con
León Llach sin dormir. Y ahora sí, todos de pie por favor, que abajo está el
texto de presentación que leyó anoche Damián Ríos.
*
Presentación de Damián Ríos.
Agarré y me puse a leer viejos poemas; de vez
en cuando lo hago. Tenía que estar esta noche acá y decir algo de Crónicas canallas y me puse a leer
poemas viejos y a revisar viejos posteos en bloguer. Porque aunque sean
recientes, los posteos en blogspot son siempre viejos. Eso es una de las cosas
que hice para tener algo que decir acá. Además, el domingo, cuando me levanté
al mediodía, me fui al kiosco a comprar diarios para no leerlos a la tarde,
mientras esperaba que empaten todos los rivales de San Lorenzo; lo que sí hice,
además, fue comprarme una selección de cuentos de Fontanarrosa en el kiosco; la
canillita, una señora, me dijo que para comprarlo tenía que recortarme el cupón
de La Nación. El libro me salió veintinueve pesos y los diarios otro tanto; en
total, lo que sale más o menos una colita de cuadril en La lonja, la carnicería
del barrio. De los diarios que no leí obtuve la satisfacción de ojearlos un
poco y desconfiar de cada uno de los periodistas, como todos los domingos. Del
libro de Fontanarrosa releí dos cuentos que hace años no leía: “19 de diciembre
de 1971” y “El ocho era Moacyr”; con esos dos cuentos y el empate de Newells y
Arsenal salvé la tarde; la semana salvé con ese empate, con los cuentos volví a
vivir. Para el que no lo recuerde o no lo haya leído, “19 de diciembre de 1971”
narra una vida utópica: la de un hincha de Central que nunca vio perder a su
equipo en el clásico con “los lepra”, así nombra el narrador a los hinchas de
Newells. Hay una anécdota, un argumento y una trama muy bien llevados, pero lo
extraordinario de ese cuento es inventar ese personaje que nunca vio perder a
su equipo en el clásico. Yo no puedo decir lo mismo: una vez fui a ver San
Lorenzo-Huracán a La quema, que Llach llama, en Crónicas canallas, “El museo de la lírica”, porque a Llach le gusta
y disfruta de la metáfora, del juego retórico y en ese sentido está lejos del
lenguaje literario pensado en términos económicos, de ahorro, que parece que se
ha hecho epidémico en nuestras letras, una de las veces que fui, decía, hace
años, digo, “Al museo de la lírica”, caí preso en la cola de entrada con otros
cuervos y después los ratis de la 28 nos gritaron el gol de Huracán cuando
estábamos en la celda. Peor que perder el clásico es caer preso, y perder el
clásico. Pero en ese cuento de Fontanarrosa lo genial es que ese personaje
nunca en su vida vio perder a su equipo. Una vida sin sufrimientos, sin
bajones; es lo que todos esperamos, pero eso es imposible. Ese es un gran
cuento a favor. Crónicas canallas, en
cambio… ahora les cuento. En Crónicas
canallas, nuestro héroe, el narrador, ya lo vio todo; vio perder, empatar, ganar, descender, campeonar a
su equipo y en el camino fue novio, esposo, joven padre, y acumuló un inmenso
arsenal de saberes, futbolísticos y de la vida, en esa gesta que es ser todos
los días un hincha de fútbol argentino. Ahora estamos pensando que ser hincha
de fútbol en Argentina es el lugar común por excelencia: Menem es hincha de
River, Kirchner era de Racing y Cristina es de Gimnasia, eso por nombrar sólo
algunos presidentes. Sin embargo, Crónicas
canallas se descalza de ese lugar común argentino y lo hace con elegancia:
la pasión por un club, como la adscripción a un partido político, es algo que
se puede heredar, pero también es algo que se puede adquirir, como en el caso
del abuelo del narrador que era dirigente de Boca y terminó su vida hinchando
por Central. Y para eso no es necesario la pertenencia a un barrio, ni a una
ciudad. Los Llach, se sabe, son porteños. “Algún día les voy a contar cómo fue que
nací en Rosario”, cito de memoria, amenaza una voz en un viejo poema de
Santiago. La pasión, aprendemos en Crónicas
canallas, como todos los bienes y objetos, es algo que se puede adquirir y
está ahí, para que cualquiera se la calce. Una vez adquirida, se sabe, se puede
usar, es decir se puede vivir y disfrutar, como con cualquier bien. Como
cualquier bien, no es gratis; sale plata, se invierten tiempo y energía. En Crónicas canallas la pasión se vive y se
disfruta, pero también, o sobre todo, se la problematiza, con mucho vuelo literario
pero por eso mismo sin ponerse por encima del objeto. Se la estudia, pero desde
adentro. Así trabajan los escritores, algunos. Es así que Crónicas canallas se descalza del género, se descalza del lugar
común y puede ser leído como una novela en la que se aprende a ser padre, por
ejemplo. Se es hijo y se es padre en el libro, como se es ex esposo, amante, en
una escritura todo el tiempo interpelada por la política y la melancolía de ser
argentino, la melancolía de esos estadios de la B, de esas rutas los fines de
semana o de esos partidos de los lunes. En realidad toda la obra de Llach está
atravesada por estos temas. El peronismo, el fútbol, el amor, la familia, las
mujeres aparecen en los libros más tempranos de Llach, pero siempre mirados con
una lente que incomoda, que agranda o achica, que no deja de matizar pero que también pone en blanco y negro, si
es necesario. Yo estoy entre los que creo que es necesario, necesito del
carácter polémico de los libros de Llach, de los que muchos se han preguntado
si son a favor o en contra. La pregunta tiene sentido, porque son libros a
favor de pensar más allá de lo que estamos formateados para pensar desde
nuestro lugares de izquierda o progresistas, y para eso vienen armados con un
inmenso arsenal retórico y estilístico que nos gusta leer; nos gusta leer que
la carrera de un jugador para patear un penal puede ser a la manera de “El
paseo del caballero por la campiña inglesa”, es lindo eso, es linda esa
invención, es lindo inventar. Ser progresistas o de izquierda o peronista o
radical, o ser hincha de fútbol, como cualquier ideología o adscripción, te
predispone para decir, pensar y sentir boludeces, y en ese sentido, y me gusta
usar la palabra sentido en este caso, Crónicas canallas es un libro en contra:
en contra de esa predisposición, de Central, de la hinchada, del fútbol, del
equipo, de Jesús Méndez, del kirchnerismo, del progresismo, de la izquierda, etc.
Y en ese sentido es un libro necesario, porque se toma el trabajo de ir en
contra de esos consensos, microscópicos o gigantes, para ir más allá, para tener
la posibilidad de pensar o de narrar más allá de lo que venimos formateados
para pensar o narrar; se narra una temporada en la B, los restos de un
divorcio, el pasaje de un hijo a la juventud, un amor que vuelve y se va, se
narra, en Llach, lo que no se puede, y hasta se narra lo que no se debe. Y eso
es lo que hace la literatura, por eso escribir es tan difícil. Pienso eso
mientras leo Crónicas canallas, pero
puede ser pasajero, porque puedo, felizmente, pienso, pensar otras cosas o
percibir de otras maneras, sólo leyendo un libro o animándome a pensar más allá
de mis boludeces, como me invita toda la literatura de Llach, que por eso es
literatura. Puedo pensar o percibir el mundo, este país, lo que me toca, mis
gustos, mis certezas, de otro modo, sin perder ninguna de mis convicciones para
poder reconstruirlas sobre otros cimientos, más sólidos, más frescos, más
literarios, que para eso editamos y escribimos y nos reunimos acá. Por eso
estamos acá, para festejar, para leer.
Leer un buen libro como Crónicas canallas
es abrazarse con un desconocido, como en un gol en la cancha, porque con libros
como este nos hacemos la ilusión de que somos parte de algo grande que puede
ser mejor, y por ahí, al final, lo somos. Por eso ascendemos y festejamos, ¿no?
Muchas gracias.
Damián Ríos.