De Krapp, el loro y el cisne.
Por Leticia Bernaus
El
sábado pasado fuimos a ver Olympica
del Grupo Krapp. Accame no estaba muy contento con el plan, pero lo arrastré
con la convicción de que terminaría por panquequear, intoxicado con el delirio
de estos locos del carajo. Me adelanto y aclaro que soy incapaz de ser
objetiva: Krapp me despierta un costado oscuro, mezcla de barra-brava y minita-fan
que me resulta imposible evitar.
Lo
primero que vi de ellos fue Adonde van
los muertos (Lado A) en 2011. Es un díptico que se presentó con Adonde van los muertos (lado B), obra
que intenta poner en escena la temática de la muerte. Como les resulta
imposible en lado B, crean lado A para que otros artistas los ayuden a resolver
la cuestión. Los Krapp interpretan cada propuesta y la materializan allí mismo,
como un ensayo en vivo sobre las posibilidades de la representación.
Olympica es anterior, del 2007. Un grupo
de ex–deportistas olímpicos intenta recuperar sus días de gloriosa atleticidad,
de ovaciones multitudinarias, de adrenalina absoluta. Es una obra sobre la
decepción, sobre la impotencia, sobre la inevitabilidad del paso del tiempo. Los
Krapp saltan, corren, se pegan, bailan, cantan, gritan, tocan el piano, la
guitarra, se desvisten, se vuelven a vestir, se mueren, se matan, revivien y
vuelven a empezar, todo en un escenario con cinco sillas, una rampa, un piano
con ruedas y un fondo de luces como un bosque de árboles que se vuelven
micrófonos.
Accame no termina de entender la razón de las muertes, igual le gusta, se le nota en la risa siniestra. Lo imagino sumado a los Krapp, con una joggineta noventosa de desiré celeste, muy Chas Tenembaum (Ben Stiller) de la decadencia.
Después
está El loro y el cisne, una película
del director Alejo Moguillansky donde los Krapp son protagonistas.
Todo
empieza a partir de una serie de registros documentales de los ensayos de Krapp
por parte de Moguillansky. En las grabaciones, más de una vez el sonidista
queda en cuadro con caña, boom, cables y grabador y por alguna razón a Moguillansky
le parece divertido dejarlo.
El Loro es el sonidista y el cisne es Luciana Acuña, una de las
directoras de Krapp. Después está el Ballet Estable del Teatro Argentino de La
Plata, el Ballet Folklórico Nacional y el Ballet Contemporáneo del Teatro San
Martín. Y un falso equipo de filmación que funciona como la pasta grumosa que
hace que la mezcolanza se una. A todo esto y cuando la cosa todavía no termina
de tener forma, Luciana queda embarazada. No en la ficción, en la vida. En la
vida y en la danza. Y la película continúa y el loro se enamora del cisne con
panza que baila y la película se transforma en una fantasía musical y sentimental sobre
el amor, el ballet, el dinero, el trabajo y Tchaikovsky.
A
los Krapp se los puede ver en una retrospectiva (que ellos llaman retrocedida) en
el Centro Cultural General San Martín. El
loro y el cisne se proyecta los viernes a las 22:00hs en el cine del Malba.
Seguro que Accame va, derrotado, a verla.
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