domingo, 1 de diciembre de 2013

Literatura


Sobre Crónicas canallas, de Santiago Llach.
por Pablo Ottonello


Es fin de año y a Buenos Aires le empieza a crecer el vapor amarillo de los tilos, las calles se empiezan a embadurnar de esas alfombritas violetas de grela natural que cae de los árboles, las semillas, los coquitos peludos de los plátanos, el tufo dulzón a jazmín chino y a basura que rueda por los desniveles de Palermo, que se atasca en los adoquines calientes por esos calores de hervidero pre tormenta que empezaron a pegarle a nuestra city ahora que somos definitivamente un país tropical.


Ayer, por suerte, el calor fue solo calor humano en ese escondite que es Enjambre, en medio del Palermo Jizz con sus mesitas frágiles, plegables, con sus platitos en degradé de sabores y hierbas y esa inquietud de chef loco-por-innovar que vi apoyados y listos para morfar en las mesitas delicadamente exteriores, mientras caminaba las cuadras erróneas hasta Acuña de Figueroa, pasando Gascón, para escuchar a Damián Ríos y a Julieta Mortati presentar el libro Crónicas Canallas, de Santiago Llach, que editó Blatt & Ríos.


La época florece de presentaciones de libros, pero ninguna tan familiar y así de íntima como la de anoche. Las razones están entre tapa y tapa. El libro de Llach es un greatest hits de sus viajes al gigante de Arroyito y a canchas inhóspitas del Nacional B, en un largo viaje en capítulos que hace con sus hijos León y Benita, con su hermano Lucas y su padre Juan José, el clan Llach, como dice en el libro, protagonistas forzosos de esta historia de cómo Rosario Central vuelve a la primera división –“al fútbol grande de la República Argentina”, como diría Llach, que en su libro parodia la lengua agobiada, seca de repetición, del periodismo deportivo- pero que es sobre todo un relato de amor, de cómo se crían hijos, un libro transgeneracional que incluye anécdotas de Santiago con su padre y su hermano y que intenta el ejercicio difícil, arqueológico, de encontrar el origen de esa “pasión” por un equipo de fútbol, de elegir colores, banderas, ídolos y leyendas, como también, en algún momento y por algún azar se eligen bandas de rock -unas y no otras- pero también propone cómo entender que eso, esas elecciones, son siempre la misma, dentro o fuera del fútbol, la gran y única pregunta que parece hacerse Llach en ese largo recorrido por el paño verde –como dice él- de nuestra Pampa Húmeda y fértil, nuestra patria sojera, qué somos, qué somos, qué somos y por qué.


Con prólogo de Juan José Llach, epílogo de León Llach y dibujos de Benita Llach, Santiago nos cuenta cómo Jesús Méndez merece más ovaciones de las que recibe, cómo es que unos porteños desvelados se hicieron hinchas de un club con sede a 300 kilómetros de la Capital Federal, como le preguntó Mortati en su rol de entrevistadora de tevé (una pierna sobre la otra, de coté, como si tuviera años de set televisivo), y cómo escribir es una manera de curarse a uno mismo.


Como en El Equilibrio, el libro de ensayos de Pedro Mairal –presentado en Enjambre unos meses antes también por Llach- prologado por el padre del autor e ilustrado por su hijo, Crónicas Canallas no puede pensarse fuera de una historia familiar, de su propio equilibrio futbolero de peripecias ruteras y noches de hotel con León Llach sin dormir. Y ahora sí, todos de pie por favor, que abajo está el texto de presentación que leyó anoche Damián Ríos.

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Presentación de Damián Ríos.

Agarré y me puse a leer viejos poemas; de vez en cuando lo hago. Tenía que estar esta noche acá y decir algo de Crónicas canallas y me puse a leer poemas viejos y a revisar viejos posteos en bloguer. Porque aunque sean recientes, los posteos en blogspot son siempre viejos. Eso es una de las cosas que hice para tener algo que decir acá. Además, el domingo, cuando me levanté al mediodía, me fui al kiosco a comprar diarios para no leerlos a la tarde, mientras esperaba que empaten todos los rivales de San Lorenzo; lo que sí hice, además, fue comprarme una selección de cuentos de Fontanarrosa en el kiosco; la canillita, una señora, me dijo que para comprarlo tenía que recortarme el cupón de La Nación. El libro me salió veintinueve pesos y los diarios otro tanto; en total, lo que sale más o menos una colita de cuadril en La lonja, la carnicería del barrio. De los diarios que no leí obtuve la satisfacción de ojearlos un poco y desconfiar de cada uno de los periodistas, como todos los domingos. Del libro de Fontanarrosa releí dos cuentos que hace años no leía: “19 de diciembre de 1971” y “El ocho era Moacyr”; con esos dos cuentos y el empate de Newells y Arsenal salvé la tarde; la semana salvé con ese empate, con los cuentos volví a vivir. Para el que no lo recuerde o no lo haya leído, “19 de diciembre de 1971” narra una vida utópica: la de un hincha de Central que nunca vio perder a su equipo en el clásico con “los lepra”, así nombra el narrador a los hinchas de Newells. Hay una anécdota, un argumento y una trama muy bien llevados, pero lo extraordinario de ese cuento es inventar ese personaje que nunca vio perder a su equipo en el clásico. Yo no puedo decir lo mismo: una vez fui a ver San Lorenzo-Huracán a La quema, que Llach llama, en Crónicas canallas, “El museo de la lírica”, porque a Llach le gusta y disfruta de la metáfora, del juego retórico y en ese sentido está lejos del lenguaje literario pensado en términos económicos, de ahorro, que parece que se ha hecho epidémico en nuestras letras, una de las veces que fui, decía, hace años, digo, “Al museo de la lírica”, caí preso en la cola de entrada con otros cuervos y después los ratis de la 28 nos gritaron el gol de Huracán cuando estábamos en la celda. Peor que perder el clásico es caer preso, y perder el clásico. Pero en ese cuento de Fontanarrosa lo genial es que ese personaje nunca en su vida vio perder a su equipo. Una vida sin sufrimientos, sin bajones; es lo que todos esperamos, pero eso es imposible. Ese es un gran cuento a favor. Crónicas canallas, en cambio… ahora les cuento. En Crónicas canallas, nuestro héroe, el narrador, ya lo vio todo; vio  perder, empatar, ganar, descender, campeonar a su equipo y en el camino fue novio, esposo, joven padre, y acumuló un inmenso arsenal de saberes, futbolísticos y de la vida, en esa gesta que es ser todos los días un hincha de fútbol argentino. Ahora estamos pensando que ser hincha de fútbol en Argentina es el lugar común por excelencia: Menem es hincha de River, Kirchner era de Racing y Cristina es de Gimnasia, eso por nombrar sólo algunos presidentes. Sin embargo, Crónicas canallas se descalza de ese lugar común argentino y lo hace con elegancia: la pasión por un club, como la adscripción a un partido político, es algo que se puede heredar, pero también es algo que se puede adquirir, como en el caso del abuelo del narrador que era dirigente de Boca y terminó su vida hinchando por Central. Y para eso no es necesario la pertenencia a un barrio, ni a una ciudad. Los Llach, se sabe, son porteños. “Algún día les voy a contar cómo fue que nací en Rosario”, cito de memoria, amenaza una voz en un viejo poema de Santiago. La pasión, aprendemos en Crónicas canallas, como todos los bienes y objetos, es algo que se puede adquirir y está ahí, para que cualquiera se la calce. Una vez adquirida, se sabe, se puede usar, es decir se puede vivir y disfrutar, como con cualquier bien. Como cualquier bien, no es gratis; sale plata, se invierten tiempo y energía. En Crónicas canallas la pasión se vive y se disfruta, pero también, o sobre todo, se la problematiza, con mucho vuelo literario pero por eso mismo sin ponerse por encima del objeto. Se la estudia, pero desde adentro. Así trabajan los escritores, algunos. Es así que Crónicas canallas se descalza del género, se descalza del lugar común y puede ser leído como una novela en la que se aprende a ser padre, por ejemplo. Se es hijo y se es padre en el libro, como se es ex esposo, amante, en una escritura todo el tiempo interpelada por la política y la melancolía de ser argentino, la melancolía de esos estadios de la B, de esas rutas los fines de semana o de esos partidos de los lunes. En realidad toda la obra de Llach está atravesada por estos temas. El peronismo, el fútbol, el amor, la familia, las mujeres aparecen en los libros más tempranos de Llach, pero siempre mirados con una lente que incomoda, que agranda o achica, que no deja de matizar  pero que también pone en blanco y negro, si es necesario. Yo estoy entre los que creo que es necesario, necesito del carácter polémico de los libros de Llach, de los que muchos se han preguntado si son a favor o en contra. La pregunta tiene sentido, porque son libros a favor de pensar más allá de lo que estamos formateados para pensar desde nuestro lugares de izquierda o progresistas, y para eso vienen armados con un inmenso arsenal retórico y estilístico que nos gusta leer; nos gusta leer que la carrera de un jugador para patear un penal puede ser a la manera de “El paseo del caballero por la campiña inglesa”, es lindo eso, es linda esa invención, es lindo inventar. Ser progresistas o de izquierda o peronista o radical, o ser hincha de fútbol, como cualquier ideología o adscripción, te predispone para decir, pensar y sentir boludeces, y en ese sentido, y me gusta usar la palabra sentido en este caso,  Crónicas canallas es un libro en contra: en contra de esa predisposición, de Central, de la hinchada, del fútbol, del equipo, de Jesús Méndez, del kirchnerismo, del progresismo, de la izquierda, etc. Y en ese sentido es un libro necesario, porque se toma el trabajo de ir en contra de esos consensos, microscópicos o gigantes, para ir más allá, para tener la posibilidad de pensar o de narrar más allá de lo que venimos formateados para pensar o narrar; se narra una temporada en la B, los restos de un divorcio, el pasaje de un hijo a la juventud, un amor que vuelve y se va, se narra, en Llach, lo que no se puede, y hasta se narra lo que no se debe. Y eso es lo que hace la literatura, por eso escribir es tan difícil. Pienso eso mientras leo Crónicas canallas, pero puede ser pasajero, porque puedo, felizmente, pienso, pensar otras cosas o percibir de otras maneras, sólo leyendo un libro o animándome a pensar más allá de mis boludeces, como me invita toda la literatura de Llach, que por eso es literatura. Puedo pensar o percibir el mundo, este país, lo que me toca, mis gustos, mis certezas, de otro modo, sin perder ninguna de mis convicciones para poder reconstruirlas sobre otros cimientos, más sólidos, más frescos, más literarios, que para eso editamos y escribimos y nos reunimos acá. Por eso estamos acá,  para festejar, para leer. Leer un buen libro como Crónicas canallas es abrazarse con un desconocido, como en un gol en la cancha, porque con libros como este nos hacemos la ilusión de que somos parte de algo grande que puede ser mejor, y por ahí, al final, lo somos. Por eso ascendemos y festejamos, ¿no? Muchas gracias.

Damián Ríos.

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